
3. Marion Cotillard (La vie an Rose). PIAF. Porque no representa ninguna cualidad humana en especial, representa a una persona. No, no la representa, se convierte en alguien tan sumamente complejo como La Môme, consigue, ella solita, convertir en una película que en unos años seguramente quedaría renegada al olvido en una obra de obligatoria visualización por el trabajo de Cotillard. Es la mejor caracterización que he visto en mi vida. No creo que pueda olvidar jamás la escena en la que Piaf se entera de la muerte de Marcel y se derrumba. Ese grito desesperado todavía resuena en mi cerebro de vez en cuando al ver a Marion Cotillard. Dejo de ver la belleza de Marion para ver la dureza de Edith. Marion Cotillard demuestra en esta película que pueda ser considerada, sin remilgos, una de las mejores actrices de su generación.

2. Ellen Burstyn (Réquiem por un sueño). DEMENCIA. Desde el año en que la academia decidió que el Oscar a la mejor interpretación masculina se lo llevaba mi odiada Julia Roberts, en vez de Ellen Burstyn por el que es el mejor trabajo de su carrera, decidí que los Oscars perdían gran parte de su sentido. Porque estoy diciendo que Ellen Burstyn, una mujer con más de 30 años de trabajo a sus espaldas, algunos realmente memorables, hace en Réquiem su mejor trabajo. Ellen Bustyn decide ser Sarah Goldfarb, esa mujer débil que prefiere soñar con salir en la televisión que afrontar que, a sus 60 y pocos, la vida le ha sido bastante injusta, sobretodo en su trayecto final. Sólo decide hacerlo una vez, delante de su querido hijo Harry, y será esa escena la que nos empiece a marcar el gran cambio que sufrirá la señora Goldfarb. No puedo más que elogiar la actuación que más vacía me ha dejado nunca.

1. Ulrich Mühe (La vida de los otros). HONESTIDAD. Y aquí tenemos al ganador. La que es, para mí, la mejor actuación de la década. La más delicada, la más sencilla, la más emocionante, la más sincera, la más honesta de todas las actuaciones de esta década. El fallecido Ulrich Mühe compone uno de los personajes más preciosos ya no sólo de la década, si no de la historia del cine, convierte a ese oficial de la Stasi, metículoso, recto, impasible, en un ser sensible, enamoradizo, leal, inteligente y, por encima de todo, honesto. Los detalles de su cambio se van dibujando poco a poco, sin prisa. Hay tiempo para mostrarnos al verdadero Gerd Weisler. El que decide que, a veces, uno tiene que luchar contra lo que defiende para salvar cosas que, aun pareciendo más pequeñas, son muchísimo más grandes que nuestras convicciones. Cosas que no consiguen convencernos, consiguen que las amemos. Sí Atticus (Matar a un ruiseñor) era el héroe favorito de América, aquel a quien todos querían parecerse, yo quiero poder llegar a ser algún día como Gerd Weiser, como HGW XX/7. Y todo gracias al inmenso Ulrich Mühe.